Enterré mi corazón al Oeste de Laponia
Esta es una historia de tierras salvajes, pero también de amistad y lealtades. Hace casi 30 años un joven llegó a Rovaniemi en tren, el norte de Laponia estaba muy lejos para su cartera (dinero). Karitta y Seppo Niemiato, un matrimonio de Rovaniemi, le acogieron en su casa.
En 1992, con otro español, crucé la Laponia finlandesa con perros aunque, yo sugerí un lugar en el Este llamado Enontekio para acabar la ruta, al final fuimos desde Rovaniemi a Nourgan. Más tarde, en 1995, lo hicimos con bicicletas otra vez Sur-Norte. Pero la siguiente, en 1999, salí de la frontera rusa hacia la sueca con esquís y pulka pasando por un lugar llamado Enontekio, mi esponsor turismo de Finlandia sugería ir de Sur hacia el Norte. Pero mi decisión ya estaba tomada, Pekka Ekio, entonces presidente del consejo sami, ratificó mi idea.
Así el spanish crazy se embarcó en una cruzada a través del corazón de Laponia. Después de días de pelea de abrir 40 km de nieve profunda en una semana, sus esquís de tres metros, propiedad de Johani Manga, se deslizaban por el lago de Enontekio, alguien me llamó por mi nombre: era Rune Leskinen, para mi Rune es el maestro, que con su ayuda hizo que mi destino pasará por las colinas del Ounas. Le pedí una bandera sami, que por desgracia, no tenía, me hubiera gustado ponerla sobre mi pulka. Emprendí mi travesía en favor de los pueblos, como los sami. Mis últimos 30 años de vida han sido inspirados por los pocos grupos indígenas que aún viven cerca de la tierra, desde la tundra de Yama al corazón de Borneo. Después de dejar Hetta, casi sin detenerme, paré en una cabaña en las faldas del Ounas. La frontera sueca estaba a un día, este guerrero casi había cumplido con los ancestros. Era un día nublado. Era la segunda vez que supe que debería salir desnudo a la nieve. Sentí que habría una aurora boreal esa noche, las nubes se abrieron y una aurora se cruzó de Este a Oeste en el cielo, entonces supe que había hecho lo que tenía que hacer.
He visto renos blancos al principio de casi todas las travesías de Enontekio al Sur, ellos también me han recordado que esto está en mi destino.
En el 2000, salí de Hetta en una canoa y llegue hasta Rovaniemi solo un día después. Partí de la frontera rusa a la sueca en medio del otoño, iba solo y otra vez pasaría por Hetta. Ya estaba listo y creía haberme ganado el derecho de guiar en Laponia, aunque hasta que alguien, Leskinen, no me lo otorgó realmente no tenía ese derecho.
No hable mucho con Rune en los siete años que usé sus canoas, solo el año que se fue estuve en su santuario en la cabaña cerca de su casa, me dijo que su momento había llegado, que era tiempo de volver al Sur de donde vino.
Al día siguiente apareció en Pavontalo, me preguntó por dos personas con las que yo le conté que cruzaría Groenlandia la próxima primavera ¡solo estaba presente una de las personas!, pero busque a otra. Rune parecía buscar testigos, las palabras que dijo aún resuenan en mi mente. Saco un cinturón sami de una bolsa, bromeó sobre que le había puesto un pin de una asociación sami radical: “En todos los años que llevo aquí eres el mejor guía que conozco, el que mejor entiende a la naturaleza y a los sami”.
Aquellas palabras dichas por una leyenda viva me han hecho saltar las lágrimas muchas veces. Era como pasarme un testigo, parece que en Hetta siempre tiene que haber un soñador venido del Sur (Madrid está más al sur que Oulu) quién sabe de dónde vendrá el siguiente. El cinturón con una kutsa y un puko están en la entrada de mi casa, también una jumia (cuchillo con la hoja curvada) berebere del Sahara.
Fue algo similar al otro extremo del mundo, un anciano hombre del desierto que ha sido como mi padre durante años me dio ese cuchillo y un nombre “el que se ha comido los pies de un lobo”. De los pedregales del Sahara, a lomos de un dromedario, a los bosques y la tundra del Ounas, con casi todas las zonas salvajes del mundo bajo mis pies, entre mis dos tierras de adopción: los beréberes aitana al igual que los sami antaño son pastores nómadas. He echado mucho de menos a Rune, aún espero que un día antes de partir desde la casa de Halina y Yuri aparezca con su gorra y su pañuelo al cuello. Para mí su espíritu está en cada recodo del río, en cada ola de los rápidos, en las llamas del abedul de cada sauna.
Desde el 2001 salgo cada agosto con mi grupo de españoles, primero andando hasta Niemi, luego en canoa hasta Kaukonen y desde allí en bicicleta hasta Rovaniemi. Casi todos mis clientes no vuelven a ser los mismos, cambian cuando cruzan el puente del Ounas en Rovaniemi, la tierra de los renos también les ha cambiado a ellos. En invierno no llego tan lejos, solo hasta Jerys Jarvy, es tan distinta Laponia de una estaciona otra, aunque sigue impregnada de la misma magia.
Hay otras personas, por suerte, aún conmigo: Samuli Nakkala fue el discípulo de Leskinen desde niño, parece decir “soy como los hobbits de Tolkien”, apegado a la comarca, pero yo iría con él a buscar el anillo hasta las tierras de Sauron. Una vez me contó, sin que le temblara la voz, la muerte de su hermano en un accidente de snowmobile. Luego su madre me enseñó una foto de aquel chico y dijo “era mi hijo, el mejor que tenia”. Eso me enseñó que aunque cruzara laponia cien veces nunca tendría la fuerza mental de un sami. Ese gran sami es mi amigo con las letras más grandes que se puedan escribir. Halina y Yuri son como la familia que dejo cada vez que empiezo un viaje al sur. Herki y Ari Keskitalo, Rune me dijo “los que llevamos años aquí como Herki y como yo, cuando te conocimos pensábamos que hablabas mucho pero no harías gran cosa, ahora tenemos respeto por ti”. Ari, con quien puedo hablar en inglés (es triste tener que hablar en una lengua que no es ni la suya ni la mía) ha sido mi amigo todos estos años, aunque nunca me ha dicho cuántos renos tiene yo le pregunto por ellos y por su familia cada vez que vengo. Espero poder algún otoño ir a cazar con él y con Samuli, nadie que no haya estado tras la pista de un alce o un riekko puede decir que es un guía de Laponia. Jaana y las chicas de la oficina del parque, siento que haya habido algún incidente leve, para todos los exploradores de los westerns siempre es un conflicto guiar “colonos” a territorios salvajes. Mervi Autto de Niemi, la adorable pareja de las cabañas de Tespasto, no entendemos una palabra uno del otro, pero durante doce años nos hemos entendido sin idioma. Es como llegar a casa tras las piedras y los rápidos de mi querido Ounas. Y tantos otros…
Hay algunos con los que nunca he hablado, me cruzo con ellos en invierno en las pistas del Piakero, me saludan cuando desciendo el Ounas, ven a una figura, no muy alta, de pie en su canoa, como diría Rune “para ver lejos”, que a veces grita a los pasajeros de varias canoas atrás que rozan peligrosamente las piedras.
Me gustaría que supieran estos vecinos del norte de Laponia que debajo del chaleco salvavidas o de la piel de lobo en la capucha de mi chaqueta hay un corazón que está enterrado en las colinas del Ounas.
Jaime Barrallo
o el que se ha comido los pies de un lobo.