Esta sección de mi blog , surge, no solo por colgar fotos de animales, también esta entrada es una reflexión sobre la caza y nuestra supervivencia, que necesita de la muerte de animales y plantas para ser posible.
Los animales han sido mi pasión desde pequeño, no sabía leer y en lugar de cuentos pedía a mis hermanas que me leyeran los libros de animales que mi padre, conocedor de mi pasión, me iba comprando. Eran auténticos textos de zoología y no cuentos para niños.
Con mi padre me veía todos los programas de Félix. Hubo muchos antes de El hombre y la tierra, en aquel tiempo el concepto alimaña afectaba desde las culebras a los osos y a rapaces, a mustélidos…Por ello pienso que, a pesar de unos pocos detractores, Rodríguez de la Fuente hizo una labor insustituible en favor de la fauna Ibérica.
He tenido la suerte de conocer a dos personas que trabajaron con él. Uno fue mi amigo Edgardo González Niño, ya difunto por desgracia, nadie es eterno. El Niño González, como le llamaban algunos en el Territorio Federal Amazonas, pasó de ser un exiliado político del dictador venezolano Pérez Jiménez a ser el primer no mestizo (Sixto Sequera mezcla de indio y criollo fue el que le llevo) que vivió 25 años con los Yanomamis del Alto Orinoco. Ningún antropólogo ni misionero había llegado todavía a la zona, sí lo habían logrado gente de leyenda como Eloy Fajardo que comerciaba ocasionalmente con los indígenas del Alto Orinoco. Eloy participó en la expedición francesa que descubrió las fuentes del Orinoco (y por cierto nunca le pagaron sus servicios como guía, pero esta es otra historia).
Conocí a estos grandes hombres en la primera gran hazaña “barrallil”: bajar, en 1988, el Alto Orinoco y el Casiquiare con una balsa de troncos, sin tener casi experiencia en la selva. A lo que vamos, Edgardo me dijo textualmente “llevé a Rodríguez de la Fuente con los Yanomamis por que trataba a los indios como personas”. Edgardo también guió a Walter Bonati en un intento de ascender al cerro Druida; también me habló bien del maravilloso alpinista y aventurero italiano. No voy a dar nombres pero no me habló bien de algunos antropólogos españoles, para más señas.
El segundo fue Aurelio Pérez, que fue colaborador de Félix muchos años, estaba con él en Alaska cuando murió. Aurelio me ofreció ir con él al campo. Estamos hablando de uno de los más grandes naturalistas del país pero como soy un capullo lo fui dejando. Como Edgardo, tampoco Aurelio era eterno y un día me enteré de que había muerto. Más de un bichero me dijo en su día “¡que Aurelio te ha dicho que vayas con él al campo! ¡Si no se lo dice a casi nadie!”. Él fue quien me dijo una frase que me ha reafirmado en meterme de lleno en esa filosofía: «como al final me moriré, algún día, lo que sé lo tendré que transmitir». Ahora me arrepiento de no estar entre los que hubieran podido transmitir al menos algún pequeño conocimiento de este gran hombre.
(Bueno ¡abuelo Barrallo! vamos a lo que vamos que te pierdes con las batallas en plan “corría el invierno del año…, eran tiempos difíciles, bla, bla, bla”).
Como casi todos los que hemos vivido en un casi constante pulso sano con la naturaleza, siempre he tenido una vena cazadora que apaciguo con la caza con cámara de fotos. Ya empecé con la caza fotográfica a final de los 70 pero ni tenía un equipo lo bastante potente, ni la oportunidad de viajar a paraísos faunísticos.
Mi siguiente sucedáneo son los simuladores de ordenador. Es tan real que con un poco de puesta en situación parece verdadera caza, pero ni mueren los animales, ni yo cuando me atacan y no puedo pararles. Realmente empecé con ellos para entrenar el repeler un posible ataque de oso cuando trabajo guiando. Es muy costoso andar disparando a dianas con armas de verdad, no pude hacerse donde te de la gana, solo en galerías de tiro. Aunque solo sea un juego de ordenador cuando por tirar mal dejo una pieza herida me obligo a seguirla por el paisaje virtual. Solo empleo armas de fuego en los simulacros de defensa con animales peligrosos y nunca uso miras telescópicas. Si se trata de cazar teóricamente para comer lo hago con arco. Me lo tomo tan en serio, que le doy a la opción de arma de fuego alternativa, para rematar los animales que se irían con flechas clavadas pero no mortales. La ética debe estar presente incluso en los juegos. Jamás jugare en un simulador de guerra que implique disparar a otros seres humanos.
Probando un arco de castaño
Rara vez he tenido que matar algo para comer, pero tengo perfectamente claro que otros lo hacen por mí. En los tiempos de la Escuela de Supervivencia de Madrid, durante los curso de supervivencia con medios ancestrales, desollábamos y despiezábamos alguna cabra, aprovechando la carne, la piel, los huesos…Yo había visto muchas veces como hacerlo en Marruecos. Es cierto que se desuella muy mal un animal muerto horas antes. Matar la cabra in situ podía parecer políticamente incorrecto, pero yo creo que no porque vivimos a costa de matar animales y plantas. Los vegetarianos tampoco se pueden querer librar del la culpa, pues cultivar grandes extensiones supone la degradación del medio y el fin del ecosistema casi entero. Somos 7000 millones de personas, es casi un milagro que sobreviva algo más en el planeta a parte de nosotros y como decían los indios del norte no sobreviviremos mucho tiempo sin naturaleza y sin animales. El matar la cabra era como expresar: “los animales no se suicidan para que nos los comamos, ni nacen en filetes, dentro de un envoltorio de plástico. El cordero o el pollo que te comes era un animal vivo no hace mucho tiempo”.
Recuerdo la sensación terrible de sujetar un animal indefenso taparle los ojos, pedirle perdón por tener que necesitar matar para seguir viviendo (eso también lo aprendí de los “salvajes”) y cortarle la garganta y la tráquea a la vez con una hoja de sílex. Al menos era rápido, mucho más rápido y menos traumático que el hacinamiento de un matadero industrial, donde los animales pasan días sometidos a estrés hasta que los matan. El animal matado en el campo al menos no sufre hasta el final y si se hace bien son segundos. Yo necesitaba al menos sufrir ese momento si no, no podría seguir comiendo nada de ningún animal o planta. Mis amigos reneros de Laponia se quejan de que, por leyes de la Comunidad Europea, no pueden matar los animales sobre el terreno. Si van a venderlos y hay que meterlos en un camión y llevarlos a un matadero a muchos kilómetros. Ellos afirman, y saben lo que dicen pues un renero ama a sus renos casi tanto como a su familia, que los animales sufren más en el transporte y la espera. En ese tiempo se dan golpes y cornadas de pánico. De algún modo saben que los van a matar.
Recuerdo que una vez un alumno se rió. No pude evitar decirle, como una sentencia: “si te ríes viendo morir a un ser vivo, más vale que mires dentro de ti”. Pienso que no debe haber más sentimiento que respeto, llegados a este punto la pena, la broma o la satisfacción están fuera de contexto.
El primero en influir en mi conciencia de no matar animales solo por placer fue mi padre. De niño él me enseñó a disparar con escopetas de perdigones. Disparábamos a botellas, dianas y otras cosas por el estilo, pero cuando íbamos a pescar a mí me daba por emular a Daniel Boone, mi héroe de la tele. En esas exploraciones cayó algún lagarto, lagartija y alguna rata. Por aquel entonces era muy fácil ver ratas en Madrid. Como vivieras en un bajo, como te descuidaras, podías tenerlas hasta dentro de casa. Dado que las ratas se consideraban peligrosas y tenía que dispararlas a muy pocos metros, pues aquellas escopetillas no eran muy potentes. Me parece justificable cuando lo recuerd,o ya que no dejaba de terner su riesgo para un niño.
Poco a poco disparaba cada vez mejor, al final un día cayó el primer pájaro, cuando se lo enseñe a mi padre me dijo un poco serio: “¿Te lo vas a comer?”. Me quede un poco parado. Por suerte mi tío José Luis que venía a pescar con nosotros, como chico criado en un pueblo, se llevó a la difunta avecilla con fines gastronómicos. La segunda víctima vino a las pocas semanas, era un mosquitero, un pájaro pequeño y muy bonito. Cuando se lo enseñé al viejo me dijo: “Pobrecillo es un insectívoro, mira el pico”. El razonamiento de mi padre, y la sangre del pajarillo sobre mi mano, despertó en mi mente infantil el concepto de muerte inútil. Entonces me juré no volver a disparar a nada si no fuera en defensa propia o por verdadera necesidad de comer.
Eso lo he mantenido hasta hoy. Al trabajar en zonas donde hay osos potencialmente peligrosos tengo a veces que cargar con un arma. Por suerte son muy pocos los animales que he tenido que matar para comer, y la mayor parte eran invertebrados o peces, pocas aves o mamíferos han muero por mi mano. Aunque hay que ser consciente de que cada vida humana ha provocado la muerte indirecta de cientos de animales y miles de plantas, no hay otra manera de sobrevivir.
No apruebo a los cazadores “señoritos” que disparan con miras telescópicas y armas de gran calibre a piezas que hace unos pocoa años se cobraban con escopetas en las monterías de pueblo. Estas tienen un alcance mucho más corto que cualquier rifle, los animales tienen más posibilidades. Tampoco me parecen bien los que tienen como hazaña llenar el suelo de caza menor muerta con sus escopetas repetidoras. Habría que hacer mucho esfuerzo, y regalar a mucha gente, para comerse tantas piezas. Ni los cazadores de trofeos… ¡cuántos animales que no pude fotografiar por falta de luz o por estar demasiado lejos habría podido matar si lo que buscaba era un trofeo! Tengo la cabeza de muchos en una imagen y el animal la sigue teniendo en su sitio. La mayor parte de los safaris en África se hacen en fincas con anímales repoblados y con un cazador profesional al lado, no hay gran riesgo y cualquiera incluso disparando mal pude cargarse un león o un búfalo pues el profesional normalmente dispara a la vez. Hay en esto menos mérito que en las fotos que hace cualquiera en un parque nacional africano, eso sí hay mucho menos dinero por medio.
No puedo sin embargo dejar de valorar a otros cazadores que conozco: pastores de la provincia de Guadalajara que en los 60 cazaban con trampas conejos y perdices para comer y salían con los cartuchos justos porque la munición era cara. Furtivos de carne en Ciudad Real que habían crecido sufriendo a los terratenientes, dueños de inmensos encinares, donde solo podían cazar ellos y sus amigos ricos. Estos furtivos llamaban asesinos a los de la ciudad que aunque también furtivos solo buscaban las cabezas de los animales. Mis amigos en el norte de Finlandia o Canadá que cazan legalmente alces o bisontes y eso suponen carne para varios meses en un congelador. Y ¡cómo no! todos mis queridos indígenas para los que la caza es vital para sobrevivir y que frecuentemente son expulsados de sus tierras, convertidas en reservas, para preservar solo a los animales, olvidándose de que los pobladores autóctonos, que cazan con tecnologías ancestrales, son también parte de la biodiversidad. Nadie encarcelaría a un león por cazar tampoco a un oso polar, pero sí a un Inuit o a un San (Bosquimano).
Buenos cazadorrs en nuestro pais algunos con arco . gente que caza solo lo que se come y no por trofeo
Bueno, pues aquí iré colgando fotos hechas en los cinco continentes. De momento casi no hago fotos desde escondites “hide”, casi todas están hechas al rececho, es decir, acercándose bien andando, en embarcación, a lomos de un elefante, en bici o en coche… No deja de tener su posible riesgo. Hace unos meses en Kenia acechaba a pie a unas jirafa para hacer una foto tipo carnet, vamos sacando solo la cabeza. Un amigo masai me grito “comander ‘caerfoul’ in left side bufalooo”. Y ¡hostia! tenía un búfalo joven a veinticinco metros. Me toco volver a hurtadillas para atrás hacia el coche, eso sí el búfalo tuvo su tipo carnet, aunque salió desenfocado.
«Pa’ que veas… ¡te la juegas y a veces ni foto ni na’! Si tuviera la pasta, y estuviera dispuesto a gastarla en ello, con un rifle y mi puntería el animal no lo hubiera contado. Pero para qué poner una cabeza en la pared, que nunca va a volver a correr por la sabana, diciendo «aquí estoy yo». ¿Hay algún torero que me quiera dar un pase con la cámara?
¡Con las cabezas que caben en un disco duro!
Las camaras actules ,pequeñas y ligeras con telex potentes (por no hablar de los mobiles) nos permiten a todos ser «cazadores» practicamente sin limite de disparos; Que cunda tu ejemplo y suerte……para la fauna.